Primero debo decir que yo detesto que los pasajeros aplaudan cuando un avión aterriza.

Por más que he viajado a rabiar por el mundo, el miedo a volar en avión está presente de norte a sur y viceversa en mi cuerpo. Y si a eso le agregamos que aquel vuelo iba a ser a las Islas Bermudas, el miedo se convirtió en pánico, pero me las arreglé para que no se me notara.

Luego de pasar por el tubo que nos conduciría al pájaro metálico, localizamos, mi mujer y yo, el asiento que nos correspondía, muy cerquita de la cabina de los pilotos, acomodamos los pocos maritates que llevábamos, en el contenedor de arriba, lo aseguramos y, como es mi costumbre, al apoltronarme en el asiento, me solté la hebilla del cinturón, no sin antes remachar la del de seguridad, me quité los zapatos y a esperar el despegue.

El vuelo fue relativamente normal, una pequeña turbulencia de vez en cuando, pero nada para asustarse. Cuando el piloto anunció que aterrizaríamos en unos 20 minutos en el el aeropuerto internacional L.F. Wade de Bermudas, el cuerpo entero se me puso en estado de alerta y los pensamientos sobre el famoso Triángulo de Las Bermudas y sus historias, mitos y leyendas, se agolparon en mi mente, al punto de querer encomendar mi alma a Dios, pero rehusándome a hacerlo por mi deseo frenético de habitar este mundo por unos minutos más.

Todo, no obstante tener la certeza de que viniendo de Nueva York, nunca penetraríamos al fatídico triángulo al que también se le conoce como del diablo. Luego, que aquello de que los accidentes aereos son más frecuentes en el despegue y el aterrizaje, no deja de incomodarme siempre que voy a experimentar esas emociones.

Cuando el avión estaba por aterrizar, al punto de ver ya la pista y las casas color pastel , típicas en la región del Caribe, incrustadas en las colinas de St. George, la ciudad en donde se encuentra el pequeño aeropuerto, el aparato fue impactado por una corriente tan fuerte de aire, que lo hizo parecer un pedazo de papel. El ruido de los trastos en el area de equipamiento y desacanso de las asistentes de vuelo, más los gritos de los pasajeros, le dieron todavía un toque de mayor fatalismo al evento.

El piloto tuvo que elevar el avión de nuevo y luego de varios minutos regresó y pudo dominar la situación, logrando con éxito aterrizar.

Cuando ya rodaba el avión en tierra yo inicié, y la gente me siguió, el más caluroso aplauso que en mi vida pude dar.

Al día siguiente, en el diario local, The Royal Gazette, el titular de primera plana fue: "La Isla fue golpeada por fuertes tormentas de viento ayer."

Bonita forma de recibir a un miedoso en el triángulo de las Bermudas