Dedicado a Mariposa, que si Dios quiere pronto será Madre. Madre Mariposa…¡qué bello!
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Llámase yerma a la tierra improductiva.
Hoy quiero hablar de Yerma la gran obra de Federico García Lorca, el gran dramaturgo español y universal. Es Yerma la tragedia en donde Lorca desarrolló con mayor profundidad que en otras de sus obras, un tema que en casi todas ellas está presente: la esterilidad y la fecundidad.
Lorca proyecta en esta obra un problema personal íntimo de la protagonista, pero este problema es mucho más amplio y lo desarrolla en dos direcciones: la universal mística, sustentada en la idea de que la fecundidad forma parte de la salvación, y la específicamente española. Para Lorca Yerma formaba parte de una trilogía dramática y profunda de la tierra española, planteando un proceso crítico a la moral sexual del país en su tiempo.
Lorca, subtitula esta obra, con la frase: “poema trágico”, con la cual nos demuestra con claridad su intención estética que, tras la huella de Lope de Vega, conduce a Lorca a construir un mundo lleno de símbolos y lirismo.
Con Yerma Lorca nos lleva al tema de la esterilidad, y a los grandes problemas de la mujer. En Bodas de Sangre nos muestra el amor y la infidelidad, en La Casa de Bernarda Alba, la tiranía de una madre obsesionada por la pureza de sus hijas, en Doña Rosita la amargura de una solterona.
En toda Yerma podemos encontrarnos con el llanto del hijo no nacido, cosa que en Lorca no es extraño, pues ya en Así que pasen cinco años, ese lamento lo apreciamos también; en este caso es llanto de hombre, mientras que en Yerma es llanto de mujer.
Yerma es la tragedia de la mujer estéril. Juan, el esposo que no quiere fecundarla por diversos motivos, resulta temeroso de qué dirán en el pueblo, si debilidad, impotencia o acaso homosexualidad, y prohíbe a Yerma salir de la casa, incluso trae a ella a dos hermanas para que la vigilen como perro guardianes y siempre silenciosas. Y mientras Yerma se autodestruye en su dolor por el hijo que no engendra, la casa acaba siendo una tumba.
¡Ay qué prado de pena! ¡Ay qué puerta cerrada a la hermosura, que pido un hijo que sufrir y el aire me ofrece dalias de dormida luna! Estos dos manantiales que yo tengo de leche tibia, son en la espesura de mi carne, dos pulsos de caballo, que hacen latir la rama de mi angustia. ¡Ay pechos ciegos bajo mi vestido! ¡Ay palomas sin ojos de blancura! ¡Ay qué dolor de sangre prisionera me está clavando avispas en la nuca! Pero tú has de venir, ¡amor!, mi niño, porque el agua da sal, la tierra fruta, y nuestro vientre guarda tiernos hijos como nube lleva dulce lluvia.
Cuánto dolor encierra estas palabras de Yerma, cuánta tristeza y desazón, cuánta amargura… ¡cuánta necesidad de ser mujer y madre!