En primer lugar, a este día internacional, yo suprimiría lo de “trabajadora” porque ¿qué mujer no lo es?, ya sea en su casa como condición de “ama”, ya en el taller o en la oficina, ya en el campo o donde sea, la mujer lo es de por sí, y, generalmente, por su condición de madre cuando le llega la ocasión, lo es doblemente.
Pero yo quiero hacer mi pequeñísimo homenaje en este día a la mujer inmigrante.
Es España un país en donde últimamente la inmigración ha tenido un gran auge; de ser un país inminentemente migratorio, se ha convertido en un gran receptor de hombres y mujeres de muchas partes del mundo, y en especial de los países hermanos de Latinoamérica.
La mujer inmigrante, a los problemas añadidos como mujer y como persona que se ve en la necesidad de abandonar momentáneamente su familia en busca de una mejora económica, tan imprescindible, añade otro más no menos importante, y es el problema con los hijos. He conocido a más de una mujer inmigrante que se ha visto desagradablemente sorprendida con cierto rechazo de lo que la mujer más quiere, sus propios hijos, y precisamente por su anhelo de ofrecerles un mejor bienestar. El problema puede ser también igual en algunos hombres, pero al celebrarse el día que se celebra, me quiero recrear en estas pobres mujeres.
El problema es el siguiente. En primer lugar, al marchar a un país lejano, el necesario contacto con los hijos se pierde. Una carta, una llamada telefónica, una foto o un pequeño video, no puede sustituir al cariño del roce, y son muchas las mujeres inmigrantes que se han visto doloridas, además de la separación, por el no enriquecimiento del cariño que hace el día a día.
Al poder recibir con alegría a sus hijos, una vez establecidas en España, una vez con un trabajo y situación que les permita el reagrupamiento familiar, se han visto con cierto rechazo al no comprender sus hijos pequeños que la separación no era fruto de un capricho, sino de una gran necesidad. Pero aún hay más, y es que al poder reagrupar a la familia en un lugar extraño para las criaturas, éstas en gran parte, de nuevo sienten hacia su madre un desapego, pues la creen culpable de aquel abandono y ahora también culpable de la separación de sus amigos y algunos familiares que en su país de origen han dejado, y de ser transportados a un lugar desconocido, que creen inhóspito por ese desconocimiento y serles algo dificultoso hacer nuevas amistades, y si a todo ello se le añade el problema del idioma caso de no hablar español, para los niños es un problema que lo ven al principio insalvable.
Pero afortunadamente, en el caso de España, los niños que llegan son bien acogidos. Salvo en determinadas clases sociales elevadas y en determinados colegios clasistas, las gentes sencillas acogen a los inmigrantes sin dificultad, y los niños se hacen prontamente amigos. A mí me ha producido una enorme satisfacción ver que una de mis bisnietas me hable de su amiguito chino con tanto cariño. Es reconfortante andar por algunas plazas o paseos y ver a niños y niñas, que por sus rasgos físicos se les reconoce como foráneos, jugar y hacer amistad con los locales sin importarles a ninguno de ellos de dónde son y de dónde vienen. Pero esto no resta para el dolor de la madre cuando la integración no es completa y se siente culpable del problema. Culpable inocente, porque poca o nula culpa puede haber en la mujer que hace ese enorme sacrificio en pro de sus hijos. Otra cosa es que éstos, por su corta edad, sepan comprender ese enorme sufrimiento.
Pero tengo la completa seguridad, que tras un corto periodo de tiempo, sabrán comprender su enorme sacrificio y dolor materno, y serán recompensadas, si cabe, con más amor.