“Lloras como mujer lo que no has sabido defender como hombre”
Con estas contundentes palabras, la madre del rey moro Boabdil, recriminaba a su hijo la entrega del rico y maravilloso reino de Granada a los reyes católicos Isabel y Fernando.
(Vista del interior de la Alhambra de Granada. El patio de los Leones)
Son palabras que se han hecho eternas a través de los siglos, y que viene a demostrar el escaso valor en muchos hombres para defender lo suyo, y no siempre lo material, aunque la materia fuese ese reino granadino tan apetecido por los castellanos, sino todo lo que en ello concurría: que su pueblo pasara a depender de unos reyes extranjeros bajo unas leyes y una religión tan distinta y distante a la suya. Pero Boabdil no defendió el legado de sus antepasados como debiera, y una vez perdido el reino, se lamentó y lloró, como vieja plañidera desconsolada, su pérdida.
Esa actitud no sólo es achacable al rey nazarí, sino que actitudes semejantes las vemos en todo momento y a todas horas; hombres que no comprenden el valor del amor o de la amistad, o de la convivencia, o de la solidaridad y la camaradería, y en su haraganería la dejan hacerse añicos. Y luego, como otro llorón Boabdil, van lamentándose desde lo alto de las montañas mientras ver perder, río abajo, su patrimonio afectivo.
Si sólo fuera el lloro tampoco tendría mucha importancia. Bastaría un acto de recapacitación de su mala conducta, y a comenzar de nuevo en la conquista del amor, de la amistad, de la camaradería o de la solidaridad perdida, pero no. Es, a veces, tan grande y absurda la soberbia humana, que en vez de ese necesario acto de contrición y enmienda de no caer en los mismos vicios, que el mal hecho lo agrandamos aún más, pues en vez de la autocrítica se pasa al odio y a la revancha. Y no se tiene la templanza de cercenar la propia conducta, sino que ciegos de ira sólo contemplamos al otro como causante de nuestros propios errores.
Sí. Boabdil lloró la pérdida de no defender lo suyo. Marchó a otro lugar con sus bártulos y su familia, y su pueblo fue maltratado unas veces y abusado por el poder entrante. Es el signo de los pueblos cuando quien debe gobernarlos en justicia y progreso, no actúan como debieran.
Hay muchos Boadil por el mundo por desgracia. Hay quienes no valoran la amistad; dejan por vagancia su pérdida, y luego, en vez de hacer hasta lo imposible por recuperarla de nuevo, intentan machacar al viejo amigo porque el odio les ha cegado.
