Sí, pero una envidia sana. Una envidia al contemplar de qué manera los pueblos oprimidos del norte africano, se han lanzado a la calle sin temor en demanda de democracia y que los tiranos que los gobiernan sucumban ante el grito desesperado del pueblo.
A la vista de todo ello, y muy especial de lo que acontece en el pueblo egipcio de cuya cultura soy un enamorado, siento esa envidia sana de no ser, en estos momentos, un egipcio más, porque de serlo estaría en sus calles pidiendo a gritos que el déspota de Mubarak se fuera del país.
Posiblemente, y siempre me gusta ser justo incluso conmigo mismo, esa envidia pudiera venir, en primer lugar, por el recuerdo que me trae cuando recorría las calles de mi ciudad reclamando la democracia y la libertad que el tirano Franco nos había negado durante cuarenta años, o quizás —¿por qué no decirlo?—, porque a mis 74 años no estaría reclamando ese justo derecho, y el supuesto de hacerlo, por lo tanto, sería inequívoca señal de que tendría algunos años menos. No es que a mi edad no me sienta capaz para cualquier lucha justa, pero hay que reconocer, y ser conscientes, de que es la juventud quien más obligada está a ese menester.
Muchos años antes de que Franco muriera, al cual ya en las postrimerías veíamos como un vejestorio que, pese a sus muchos crímenes nos daba lástima, los demócratas, bien de la izquierda como de la derecha o los llamados centristas, trabajábamos desde dentro del régimen royendo el sistema. Cada uno desde sus atalaya, desde su puesto de trabajo, desde los propios Sindicatos verticales, o desde donde fuera, y poco a poco íbamos desgastando los cimientos de la dictadura. Muerto el dictador, y ante la perspectiva de que sus acólitos intentaran eternizarla (lo que se llamó el franquismo sin Franco) la lucha de los demócratas fue intensa, y al igual que hoy los egipcios salen sin temor a la calle, igual hicimos en España, y, aunque hoy la democracia española tenga sus defectos y sus incongruencias, la verdad es que valió la pena el esfuerzo y el trazar el camino a seguir. No terminamos con los franquistas, porque esa no era la intención; no deseábamos otro conflicto bélico, al menos por parte de los demócratas. El cambio ansiado debía ser pacífico pese a la intentona fascista de un golpe de Estado al más puro estilo bananero. La decisión del pueblo español era bien clara: reconquistar las libertades usurpadas por la derecha más rancia y casposa, militarista y cuartelera, por el nacionalcatolicismo más obcecado y con un hedor a fascismo puro y duro que tiraba para atrás. Hoy, pese a que el PP les ha abierto las puertas, la verdad es que no son nada, son un poso de una España negra sin retorno.
Por lo tanto, pensando en aquella algaradas ciudadanas reclamando libertad y democracia, exigiendo que todo vestigio de Franco desapareciera del mapa español, siento gran nostalgia de las batallas callejeras vividas, de la lucha intensa por traer la democracia y consolidarla, y siento una gran envidia de no ser un joven egipcio, jordano, o de cualquier pueblo de la ribera mediterránea norteafricana que está en esa lucha justa y noble en lograr la libertad para su pueblo.
Y deseo también que USA deje de apoyar a tanto tirano por el mundo; que USA se dedique a solucionar sus muchos problemas interiores; que deje de una puñetera vez el pingüe negocio armamentístico armando hasta los dientes a dictaduras nefastas para su ciudadanía y para el orden mundial. Mubarak podrá ser un negocio para la industria del armamento USA, podrá ser “una garantía” para que Israel acometa sus ignominias sin pudor ni responsabilidad, pero Mubarak, como todo déspota, es un peligro para su pueblo y para el ser humano; es un peligro mundial.
Hermanos egipcios, no cejar en la lucha. Os merecéis una vida mejor. ¡Adelante!