En el libro “Aforismos” de Leonardo da Vinci, encontramos en su número 487, de los 762 que consta, y titulado “Locura” el siguiente texto:
“Como el toro salvaje odia el color rojo, los cazadores se valen de este ardid para vencerlo: envuelven el tronco de un árbol con un paño rojo; el toro atropella con gran furia, clavando sus cuernos en el tronco, y esto permite a los cazadores matarlo a mansalva”
Verdaderamente sorprende esta aseveración por parte de tan insigne personaje, pues es una gran mentira, una falacia.
El toro, como hoy bien se sabe, es daltónico, no distingue los colores, su visión es en blanco y negro y si el toro embiste al engaño que el torero le muestra, no embiste por su color rojo, ya que igual daría fuera azul, verde o blanco; lo que hace que el toro embista es el movimiento, de ahí que el torero para encelarlo y que haga la embestida, ha de hacer unos movimientos con el capote dirigidos al toro, para que éste crea que va a ser atacado y ataque.
Es curioso cómo hombres que, indiscutiblemente, fueron inteligentes, marraron en muchas de sus sentencias. De la misma manera que muchos hombres de hoy, y que igualmente como a Leonardo los consideramos muy inteligentes, dentro de unos siglos o menos sorprenderán al hombre del mañana por sus vaticinios o asertos actuales. El hombre cae muchas veces en el error de creer que todo ya lo sabe, sin darse cuenta que hay por encima de él fuerzas mucho más enérgicas o poderosas que lo pueden dejar en ridículo.
Hoy se vaticina con mucho ardor el cambio climático, y se asegura que es producto de la mano de hombre, pero… ¿acaso olvidamos a la Naturaleza? ¿No será ella misma, quien dentro de los muchísimos ciclos que ha protagonizado en los millones de años que domina el mundo, esté protagonizando ese cambio?
El hombre, como mucho, tiene constancia certera de un centenar o más de años de lo ocurrido, y en todo ese tiempo la tierra ha padecido sequías, veranos calurosísimos, inviernos crudos o lluvias torrenciales, y no digamos de terremotos, volcanes y otros fenómenos atmosféricos. Y a tenor de los estudiosos ha habido mares o lagos hoy secos, como se asegura que mar fue el desierto del Sahara, y otros cambios tan o más espectaculares. Con unos insignificantes datos ya estamos alarmando, y, a mi entender, todo ello conlleva intereses, unas veces de orgullo personal, y las más de intereses monetarios. El hombre, dentro de su enorme soberbia, se cree capaz de dominar a la Naturaleza y cambiar sus designios… ¡pobre hombre!