En algún tiempo lo admiré. Su juego directo, valiente, efectivo, era la admiración de propios y extraños. En un país como Argentina donde el fútbol es pasión desbordada, es comprensible toda la admiración y adoración nacional que despertó, aunque a mi modo de ver algo excesiva, y más aún cuando su decadencia fue tan abrumadora. Maradona, dejó de ser el ejemplo a imitar por los niños de cualquier parte del mundo.
Pero como todo hombre tiene derecho a que se pase página de sus acciones poco ejemplares cuando rectifica, y al parecer Maradona rectificó, no citaré todas sus miserias que todo el mundo conoce.
Pero a Maradona se le dio una oportunidad inmerecida, como Seleccionador de un país tan entregado al fútbol; él fue un gran jugador, pero desde el banquillo no sabe dirigir. Una persona puede ser en cualquier faceta de la vida un fuera de serie, pero otra cosa es saber enseñar, y la docencia, futbolísticamente hablando, no es el don mayor de Maradona. Dirigiendo o enseñando cómo se debe plantear un partido ha sido nulo.
Sin embargo, uno entiende la inmensa alegría que pudo sentir al clasificar a Argentina para el próximo Mundial, pero seamos sensatos, esa clasificación no llegó por sus habilidades, sino más bien por la fortuna. Y sus gestos, sus frases soeces de barriobajero, poco favor le hacen a su país; un país donde, generalmente, sus ciudadanos tiene un buen nivel cultural por lo general. Maradona ha retornado a sus peores momentos con sus declaraciones y gestos. Declaraciones y gestos que al ser poco edificantes para la juventud, los órganos competentes debieran tomar alguna decisión, y no solamente los futbolísticos, sino los gubernamentales argentinos. Maradona no puede representar ni a la Selección Argentina ni a su país.
Lamento ser tan radical con quien ayer era digno de mi admiración, pero ¡fuera Maradona!, por impresentable, grosero, soez y torpe.