Post Info TOPIC: SECRETOS Y MENTIRAS DEL CODIGO DAVINCI


CADEJ@ BLANC@ BRONCE

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SECRETOS Y MENTIRAS DEL CODIGO DAVINCI
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Secretos y mentiras

Todo El Código Da Vinci está basado en secretos: sociedades secretas, conocimientos
secretos, documentos secretos e incluso, familias secretas.
El secreto más importante, por supuesto, se refiere a Jesús y a María Magdalena. Los
personajes de Brown afirman con frecuencia que el conocimiento tradicional cristiano de
la vida de Jesús y de su ministerio es falso. Esto significaría que el Nuevo Testamento, y
la base de ese conocimiento, no merece ser considerado como una fuente de
información.

Ya está. Así lo afirma la novela y no da más explicaciones. Déjate intrigar por las
posibilidades, si quieres, pero si das crédito alguno a las supuestas afirmaciones
históricas de El Código Da Vinci, llevarás las cosas a su final lógico; al rechazo del relato
de Jesús que hace el Nuevo Testamento, de su misión y de los primeros tiempos del
cristianismo.

¿Es una postura razonable? ¿Será realmente inútil el Nuevo Testamento o, lo que es
peor será un fraude?

Consideremos también esto: ¿Acaso las fuentes que emplea Brown sobre Jesús son
realmente superiores a las del Nuevo Testamento?

Por ejemplo, todos esos otros “evangelios”, de los que hablan continuamente los
personajes de Brown, esos misteriosos escritos. ¿Hemos de creer que dicen la verdad
sobre Jesús sólo porque ellos así lo afirman? Veamos.


Evangelios gnósticos  

Como ya hemos apuntado, las ideas de Brown sobre Jesús, María y el Santo Grial
proceden de libros pseudo-históricos como  El enigma sagrado y La revelación de los
Templarios. No obstante cuando describe lo que asegura ser la auténtica naturaleza de
la misión de Jesús y el papel de María Magdalena en ella, se remite a otras fuentes. 
Concretamente, en la página 305 y siguientes, el personaje del historiador, Teabing, se
refiere a Los Evangelios gnósticos, como pruebas de la historia que está urdiendo sobre
Jesús. Dice que hablan de “la misión de Cristo en términos muy humanos” y cita algunos
pasajes que describen la estrecha relación que existía entre Jesús y María Magdalena,
una relación que habría provocado los celos de los apóstoles. 

Según Teabing, todo ello revela el auténtico papel de María Magdalena como paladín y
preeminente destinataria de la transmisión de la sabiduría de Jesús, y crea el marco
adecuado para el enfrentamiento entre ella y Pedro, un enfrentamiento que emana
claramente de otras teorías procedentes de distintos libros. 

Pero ¿hacen honor a tal dislate esos escritos? ¿Hemos de confiar en que nos dicen la
verdad sobre la vida, el mensaje y la misión de Jesús? Y ¿es realmente un ser “humano”
encantador el Jesús que nos presentan, como afirma Brown? 

Claramente, los “Evangelios gnósticos”, como se les llama, son documentos reales.
Tienen siglos de antigüedad, desde luego, pero, hablando con propiedad, no son
evangelios, sino el resultado de un movimiento confuso y difícil de precisar, muy
extendido en el mundo antiguo durante los siglos II y III y cientos de años después. 
El gnosticismo no fue un movimiento organizado. Era claramente distinto de las sectas
gnósticas, pero sus conceptos y las líneas de pensamiento se infiltraron en otros
sistemas intelectuales de la época. Se podía comparar con el impacto del movimiento del
“sé tú mismo” americano, y del “saca lo mejor que hay en ti”, de los últimos veinte 

años. Parece que, mires donde mires, oyes recomendaciones tales como “sé tú mismo”.
Lo verás impregnado en los programas de  televisión, las películas, la música, los
negocios, la educación e incluso, las iglesias. No es un movimiento organizado, no tiene
un liderazgo central, se manifiesta de distintas formas, unas más explícitas que otras,
pero, claramente, está ahí. 

El pensamiento gnóstico, distinto en los diferentes lugares y épocas, suele implicar unos
cuantos temas constantes: 

•  El origen de la bondad, de una vida auténtica, es lo espiritual. 

•  El mundo material y corpóreo es funesto. 

•  La grave situación de la humanidad se  debe al encarcelamiento de ese “destello”
espiritual dentro de la prisión del cuerpo material. 

•  La salvación –o liberación de este espíritu aprisionado- se logra alcanzando el
conocimiento (“gnosis” significa conocimiento). 

•  Son escasas las personas dignas de llegar a ese conocimiento secreto. 


En el mundo antiguo existían infinitas variaciones del pensamiento gnóstico, algunas de
las cuales incluían jerarquías elaboradas y ritos complicados. 

Inevitablemente, los elementos gnósticos se abrieron camino dentro de la ideología de
algunos cristianos (tal como el lenguaje del esfuerzo personal y del “sé tú mismo” se ha
deslizado sigilosamente en el modo en que hablamos de nuestra fe). Durante los siglos
II y III, el gnosticismo tuvo un atractivo especial y planteó a los pensadores cristianos su primer desafío teológico real. Generalmente las versiones gnósticas del cristianismo
denigraban al Antiguo Testamento, rebajaban o negaban la humanidad de Jesús e
ignoraban su pasión y su crucifixión. 

Los gnósticos escribían sobre sus creencias, atraían a sus seguidores y los captaban con
su enseñanza y sus ritos secretos. Durante los primeros años de su edad adulta, el gran
san Agustín fue miembro de una secta gnóstica llamada los Maniqueos, que por cierto,
abandonó tras haber comprobado honradamente lo absurdo y lo inconsistente de dicha
enseñanza. 

Contra las herejías: Algunos trabajos de los siglos II y III que proporcionan una versión
sobre la réplica de los cristianos al gnosticismo; son fáciles de acceder en bibliotecas o
en Internet: Adversus Haereses, de Ireneo, Adversus Marcionem, de Tertuliano, y
Philosophumena o Refutación de todas las Herejías, de Hipólito. 

Los documentos que Brown emplea para ofrecer la imagen de Jesús son realmente los
mismos que muestran los seguidores de la versión gnóstica del cristianismo. Esta
corriente de pensamiento se desarrolló durante los siglos II y III, lo que significa, pues,
que aquellos escritos, que se supone que revelan un conocimiento secreto y verídico de
Jesús, proceden de ese mismo período: es decir, más de cien años después de la misión
de Jesús y muy posteriores a cualquiera de los libros del Nuevo Testamento, que fueron
compuestos a finales del siglo I. 
Así, con un criterio amplio y honesto, debemos preguntarnos por qué razón tendríamos
que creer, que esos documentos posteriores  nos hablan mejor de  los acontecimientos
reales, que los documentos anteriores, más cercanos a esos acontecimientos. 

Los «otros» Evangelios  

Estudiemos ahora los dos documentos a los que los personajes de la novela de Brown
prestan una atención especial: el supuesto Evangelio de Felipe y el supuesto Evangelio
de María, de los cuales extrae Teabing unos pasajes que indican una íntima y personal
relación entre Jesús y María Magdalena, y según llos cuales esa relación provocaba los
celos de los apóstoles. 
El Evangelio de Felipe es uno de los documentos hallados en Nag Hammadi, Egipto, en
1945. El sorprendente descubrimiento, conservado en una vasija, constaba de una
colección de 45 títulos diferentes, excluidas las copias. Estaban escritos en copto (el
lenguaje egipcio traducido a caracteres griegos), copiados por unos monjes anónimos, y
casi todos incorporaban algunas ideas gnósticas y varios de ellos reflejan las creencias
de los cristianos gnósticos. Basándose en las características de algunas envolturas, los
expertos opinan que tales documentos fueron escritos en la segunda mitad del siglo IV,
aunque algunos de los originales, de los que existe copia, son ciertamente anteriores. 

No muy anteriores por otra parte. Según indica Philip Jenkins en su libro The Hidden
Gospels, los expertos datan El Evangelio de Felipe -del que Teabing lee un párrafo sobre
María como «compañera» de Jesús- del 250 d.C. como el más antiguo. 

Puede recibir el nombre de «evangelio», pero difícilmente muestra cualquier materia en
común con los Evangelios y como la mayoría del material gnóstico, emplea un estilo
completamente distinto. El lenguaje de los  Evangelios canónicos es claro y firme, y
destaca la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El Evangelio de Felipe es un conjunto
de frases inconexas y capciosas en forma de diálogo que reflejan claramente el
pensamiento gnóstico. 

Lo mismo podemos decir de El Evangelio de María, un texto procedente también de Nag
Harnmadi. Es más corto que el de Felipe y tiene algo más de trama por así decirlo. Jesús
habla con sus discípulos antes de partir. María Magdalena trata de animarlos
compartiendo con ellos algunas de las enseñanzas de Jesús, enseñanzas que algunos
apóstoles aceptan y otros discuten. Estudiaremos con más detalle este documento, pero
ahora tratemos de valorarlo como fuente de información sobre la vida y enseñanzas de
Jesús. 

Parte de lo que María Magdalena describe en este documento es el ascenso del alma a
través de varias etapas de la vida después de la muerte. Refleja claramente el
pensamiento gnóstico de finales del siglo II, y por esta razón, la mayoría de los expertos
lo datan, como mucho en este período. 

Brown sostiene la afirmación de su personaje Teabing, según la cual, los documentos de
Nag Hammadi, así como los Pergaminos del Mar Muerto, relatan la «verdadera historia
del Grial». Esto es realmente curioso. Dos de los cuarenta y cinco textos de Nag
Hammadi describen una única, pero no por ello menos ambigua, relación marital entre
Jesús y María Magdalena, un tema que desarrollan las enseñanzas de los gnósticos; pero
no hay mención alguna a la «historia del Grial», a pesar de lo que él diga. Además, los
Manuscritos del Mar Muerto (descubiertos en 1947 y no en 1950 como dice Brown) no
contienen textos cristianos en absoluto. Son los textos de una secta judía eremita,
llamada de los esenios, y lamentablemente, no mencionan a Jesús, a María Magdalena o
al Grial. 

CONTINUARA...   



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Esto es lo que se deduce de esos escritos gnósticos: tienen valor por lo que revelan
sobre los híbridos cristiano-gnósticos del siglo II en adelante. Nos indican el modo en
que aquellas comunidades usaron la historia de Jesús que aparece en los evangelios
sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas, ampliamente extendidos a principios del siglo II y los
manipularon a su conveniencia, hablándonos incluso sobre los conflictos surgidos en el
interior de aquellas comunidades.

Y con todo, estos escritos gnósticos no nos ofrecen una información independiente y
objetiva sobre Jesús de Nazaret y sus primeros seguidores.

El experto en Sagrada Escritura John P. Meier resume el consenso general entre los
eruditos en su libro Un judío marginal, cuando escribe:

«Lo que vemos en estos últimos documentos es... la reacción frente al Nuevo
Testamento o la reelaboración de sus escritos por... los gnósticos cristianos con el fin de
desarrollar un sistema místico especulativo. Su versión de las palabras y los hechos de
Jesús pueden incluirse en unos «escritos sobre Jesús», si se entiende sencillamente
como nada que cualquier fuente antigua pueda identificar como procedente de Jesús.
Tales escritos son la red barredora de Mateo (ver Mateo 13, 47 a 48), según el cual, los
peces buenos de la tradición primitiva deben ser seleccionados para el acerbo de una
seria investigación histórica, mientras que los peces malos de la posterior invención y de
la manipulación deben ser devueltos al turbio mar de las mentes que carecen de sentido
crítico. Nos hemos sentado en la playa, hemos sacado la red y hemos arrojado de vuelta
al mar los agrapha, los evangelios apócrifos y el Evangelio de Tomás».

Así, devolvamos al turbio mar los «evangelios» de Felipe, de María y de Tomás.
Simplemente, no sirven para intentar comprender la misión de Jesús y la forma del
cristianismo primitivo.

¿Quién seleccionó los Evangelios?



Si vais a aprender de El Código Da Vinci algo de historia del cristianismo primitivo, aquí
tenéis la lección de hoy:
Jesús fue un hombre sabio, un mortal, sobre cuya vida se han escrito muchos -miles-
relatos durante aquellos primeros siglos. De hecho, más de ochenta evangelios, pero
¡solamente cuatro fueron incluidos en la Biblia! ¡Y lo hizo el Emperador Constantino en el
325!
Luego, a consecuencia del Concilio de Nicea -nos hace saber El Código Da Vinci-,
aquellos miles de trabajos que presentaban a Jesús como un maestro humano fueron
suprimidos por meras motivaciones políticas, y, como dice el personaje de Langdon, los
que defendían la historia de un Jesús, maestro mortal -que según dice, era la historia
original de Cristo-, fueron llamados «herejes».

Hasta este momento, hemos intentado realmente mantener un tono ponderado y
objetivo en nuestro tratamiento, pero, llegados a este punto, no podemos continuar.

Esto es un error y más que un error. Es una fantasía, y ni siquiera la investigación más
profana y la universidad menos religiosa posible apoyarían el relato de Brown sobre la
formación del Nuevo Testamento.

No es historia seria y no podemos tomarla como tal. Observemos su peculiar
interpretación del pasado con mayor atención, para captar todo lo que hay en las
páginas de esta novela tan «objetiva». Y aprovechemos la oportunidad de aprender la
historia mucho más interesante de cómo el Nuevo Testamento llegó a serlo.

Un desarrollo no tan sorprendente

En El Código Da Vinci, el erudito Teabing deja aparentemente atónita a Sophie cuando le
anuncia: «La Biblia no nos llegó impuesta desde el cielo» (p. 287). Se supone que esta
es una noticia sorprendente, con la que contrasta su relato de lo que «sucedió en
realidad».

La consecuencia es que, si la Biblia realmente no nos cayó de las nubes completa,
acabada y con un útil índice de materias escrito por Dios, la única alternativa que nos
queda es pensar que la formación de la Escritura fue un proceso en el cual pasajes
igualmente válidos de la vida de Jesús fueron aceptados o descartados por gentes
movidas por el deseo de poder.

Pues bien: sencillamente, eso no sucedió.

Podéis estar seguros de que el proceso -el establecimiento del Canon de la Sagrada
Escritura- no es secreto. Uno puede sacar un libro de la biblioteca y enterarse de toda la
historia en cuestión de minutos. Y sobre todo, la participación humana no disminuye la
santidad de los libros.

Después de todo, Jesús no nos dejó una Biblia cuando subió al cielo. Dejó una Iglesia:
los apóstoles, María su madre, y otros discípulos entre los que había hombres y mujeres.
Tan esencial como es la Biblia para los cristianos como fundamento y fuente segura de la
revelación, es importante destacar que durante aquellas primeras décadas, los cristianos
vivían, aprendían y rezaban sin el Nuevo Testamento. Habían recibido la fe por reflejo
del Antiguo Testamento y por medio de la enseñanza oral, esa fe enraizó con el
testimonio de los apóstoles; y esta fe fue moldeada y alimentada a través de sus encuentros con el Señor vivo en el bautismo, en la Cena del Señor, en el perdón de los
pecados y en la vida compartida con otros cristianos.

Y no por otro camino que el de esta iglesia llegaron los libros del Nuevo Testamento: el
testimonio escrito finalmente por los testigos de Jesús, cribado y concreto.

¿No llegó un fax del cielo? No hay problema. Quizá fue una gran noticia para la pobre
Sophie, pero no es una novedad para nosotros.

Dichos e historias

Desde los primeros inicios, algunos textos cristianos fueron valorados por encima de
otros.

Y lo fueron por varias razones: tenían su origen en la primera época apostólica;
conservaban con exactitud las palabras y los hechos de Jesús; podían emplearse en la
liturgia, la predicación y la enseñanza para comunicar fiel-mente la fe en Jesús a toda la
comunidad cristiana.

Por favor, advierte la ausencia de «referencias al sagrado femenino» o de «injurias al
poder de las mujeres» en la lista.

De todos modos, hacia la segunda mitad del siglo II, los cristianos ya se habían
afianzado en lo que llegaría a llamarse «la regla de la fe»: dos importantes conjuntos de
escritos: los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y las Cartas de Pablo.

¿Cómo sabemos que aquellos trabajos fueron los seleccionados? Porque se leían en el
culto y aparecen referencias a ellos en los escritos de los Padres cristianos que han
llegado hasta nosotros.

Es realmente importante apuntar que a pesar de lo que dice Brown, no había ochenta
evangelios en circulación. De hecho, ese número carece absolutamente de base.

Seguramente existieron otros evangelios junto a los cuatro de nuestro Nuevo
Testamento. Lucas lo indica claramente al comienzo del suyo:

«Ya que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han cumplido
entre nosotros... me pareció también a mí, después de haber estudiado todas las cosas
con exactitud desde los orígenes, escribírtelo por su orden, distinguido Teófilo, para que
conozcas la firmeza de las enseñanzas que has recibido».

«Evangelio» significa literalmente «buena nueva». El Evangelio es la Buena Nueva de
nuestra salvación por medio de Jesucristo. Los Evangelios son relatos escritos de esa
Buena Nueva.

Los expertos creen que el conjunto de los dichos y enseñanzas de Jesús sirvió de fuente
a los Evangelios, y que hubo unos pocos -El Evangelio de Pedro, El Evangelio de los
Egipcios y El Evangelio de los Hebreos- que tuvieron un uso muy limitado.

El hecho es que, incluso ya a mediados del siglo II, los Evangelios de Mateo, Marcos,
Lucas y Juan fueron las fuentes primitivas que usaron los primeros cristianos para
difundir la historia de Jesús a través de la enseñanza y el culto.

Igualmente interesante es otra clase de escritos que mucho antes de que fueran escritos
los Evangelios, leía la comunidad cristiana durante el culto: las cartas de Pablo.

Es cierto. Los primeros libros escritos del Nuevo Testamento fueron las cartas de Pablo,
quizá la 1 Tesalonicenses, escrita aproximadamente en el año 50 d.C. Pablo se convirtió
en seguidor de Cristo dos o tres años después de la muerte y resurrección de Jesús, y
pasó el resto de su vida viajando, creando comunidades cristianas a lo largo de todo el
Mediterráneo y como sabemos, murió mártir en Roma. Escribió numerosas cartas a las
comunidades que había fundado y posteriormente, aquellas comunidades empezaron a
hacer copias de las cartas y a enviarlas a otros cristianos. De hecho, la colección de
cartas de Pablo circulaba ya entre ellos al final del siglo I.

En la novela, Teabing describe un «legendario Documento Q», de la enseñanza de Jesús,
escrito quizá por su propia mano, cuya existencia admite incluso el Vaticano. La verdad
sobre «Q», no es tan sorprendente. Existe una gran cantidad de material que comparten
Mateo y Lucas, no Marcos. La hipótesis de los expertos sugiere que podrían haber
empleado una fuente documental común, llamada «Q», por quelle, la palabra alemana
para «fuente». El Vaticano -junto con otras muchas personas- está completamente de
acuerdo con su posible existencia.

CONTINUARA...

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Ahora, volvamos atrás y veamos hasta dónde hemos llegado

Desde muy pronto, los relatos de la vida de Jesús -que con el tiempo fueron reunidos en
los cuatro Evangelios que hoy tenemos-, circulaban entre los cristianos, que los
consideraban un relato fiel de la vida del Cristo vivo y un auténtico punto de encuentro
con Él. También estaban difundidas las cartas de Pablo, que se usaban para el culto,
junto a textos del Antiguo Testamento. Los escritores cristianos los citan con frecuencia.
La historia que nos transmiten de Jesús -como Aquel a quien Dios envió para reconciliar
al mundo, que padeció, murió y resucitó, y ahora reina como Dios y Señor- fue la
historia que moldeó el pensamiento, el culto y la vida de los primeros cristianos.

Hablando con propiedad, no existieron «miles», de documentos que «informaran de Su
vida como hombre mor-tal», ni existieron otros ochenta evangelios que, como dice un
personaje de la novela, a partir de los cuales se eligiera solo algunos, como si se tratara
de un conjunto de códices y pergaminos en la mesa de reunión de un consejo de
administración. De eso estamos completamente seguros.

Volviendo a los Evangelios (que es nuestro asunto principal), no cabe duda de que los
que hoy tenemos fueron considerados como normativos por la comunidad cristiana a
mediados del siglo II. Escritores cristianos como Justino el Mártir, Tertuliano e Ireneo -
que escribieron y enseñaron en su tiempo en Roma, África del Norte y Lyon (en lo que
ahora es Francia), respectivamente- se refieren a los cuatro Evangelios que conocemos
ahora como las primeras fuentes de información sobre Jesús.

Sencillamente, Constantino no lo hizo.

Innumerables traducciones, adiciones y revisiones

Según relata la novela, en su conferencia sobre la historia de la Biblia, después de
afirmar que la Escritura no llegó por fax, Teabing alerta a Sophie sobre las
«innumerables traducciones, adiciones y revisiones. Históricamente, nunca ha habido
una versión definitiva del libro».

Bien, de acuerdo, si por «definitivos» quieres decir «textos absolutamente originales
escritos por la mano de su autor».

De nuevo, esto es lo que llamamos «sofisma»: un aspecto que aparece en una
argumentación y que es increíble.

Ciertamente, existen muchos manuscritos del Nuevo Testamento y muchos fragmentos
de los libros: más de cinco mil fragmentos de los primeros siglos del cristianismo, el más
antiguo fechado en el 125 a 130 d.C., junto a más de treinta datados a finales del siglo
II o primeros del III, que contienen «gran cantidad de libros enteros, y dos que
contienen la mayoría de los evangelios, los Hechos o las cartas de Pablo» (Craig
Blomberg en Reasonable Faith, de William Lane Craig).

En esos manuscritos aparecen algunas variaciones insignificantes, pero es importante
apuntar lo siguiente:

«Las únicas variaciones del texto que afectan a más de una frase o dos (y la mayoría
afectan solamente a una pa-labra aislada o a una frase) son Juan 7,53; 8,11 y Marcos
16, 9-20... Pero, sobre todo, el 97 a 99 % del Nuevo Testamento puede ser reconstruido
más allá de cualquier duda razonable».

Ahora, si os tomáis la molestia, atended a esto:

«De la Guerra de las Galias (aproximadamente, 50 a.C.) solo hay nueve o diez
manuscritos fiables, y el más antiguo data de novecientos años después de los sucesos
que relata. Solo sobreviven treinta y cinco libros de los ciento cuarenta y dos de la
historia de Roma de Livio, y de los veinte manuscritos, solo uno data del siglo IV (Livio
vivió desde el 64 a.C. hasta el 12 d.C.). De los catorce libros de la historia de Roma de
Tácito solamente tenemos cuatro y medio en dos manuscritos que se remontan a los
siglos IX y X. El caso es, sencillamente, que existe la evidencia de que los autores del
Nuevo Testamento aventajan en tiempo a la documentación que poseemos de cualquier
otro escrito antiguo. No hay base para afirmar que las ediciones clásicas del Nuevo
Testamento griego no si-guen fielmente lo que los escritores del Nuevo Testamento
escribieron en realidad».

Los cristianos sabemos que nuestras Escrituras son el resultado de la acción de Dios a
través de instrumentos humanos. Esos instrumentos son imperfectos, limitados, pero el
caso es que el testimonio de los manuscritos del Nuevo Testamento es, en gran parte, el
de unos relatos antiguos y convincentes, cuyas variaciones manuscritas no alteran el
significado del texto.


La formación del Canon

Ahora bien, ciertamente hubo otros libros que circulaban entre las comunidades
cristianas e incluso, se usaban en la liturgia. Textos instructivos como Didache y El
Pastor de Hermas. Hubo cartas de otros apóstoles o de los que estaban unidos a ellos.
La Primera Carta de Clemente, escrita alrededor del 96 d.C. desde la Iglesia de Roma a
la Iglesia de Corinto, estuvo ampliamente difundida, especialmente en Egipto y en Siria.
Incluso hubo otros textos que con el título de «evangelios» emplearon varias
comunidades cristianas: por ejemplo, un Evangelio de los Hebreos, un Evangelio de los
Egipcios y un Evangelio de Pedro.

¿Por qué no figuran hoy en nuestro Nuevo Testamento?

Existen razones que es preciso aclarar aquí frente a esas otras que no tienen nada que
ver con las maquinaciones políticas que sugiere Brown, ni nada que ver con el Concilio
de Nicea o de Constantinopla. Es también importante señalar que los textos gnósticos en
los que Brown centra su teoría nunca fueron considerados canónicos excepto por los
autores gnósticos que los escribieron.

Como sucede en muchas ocasiones a lo largo de la historia del cristianismo, el motivo
para determinar qué libros eran aceptables para su uso en el culto fue la respuesta de la
Iglesia a un desafío.

Canon: De una palabra griega que significa «regla», es el grupo de libros reconocido por
la Iglesia como inspirados por Dios y autorizados para ser empleados por toda la Iglesia.

El desafío se produjo a mediados del siglo II y tomó dos direcciones: la del movimiento
que trataba de reducir drásticamente el número de libros reconocidos como Sagrada
Escritura, y la del movimiento que trataba de añadir otros libros. -

El primer tipo de oposición procedía de un hombre llamado Marción. Marción, hijo de un
obispo que, por cierto lo excomulgó, organizó un movimiento en Roma a favor de sus
creencias que, entre otros puntos rechazaba al Dios que describe el Antiguo Testamento.
Enseñaba que las únicas Escrituras válidas para los cristianos eran solo diez cartas de
San Pablo y una versión corregida del Evangelio de Lucas.

Puede resultar sorprendente el hecho de que Marción fuera hijo de un obispo,
especialmente por la afirmación de Brown sobre la enemistad del cristianismo primitivo
hacia el matrimonio y la sexualidad. En la cristiandad oriental, tanto católicos como
ortodoxos pueden casarse. Esta tradición se remonta a la antigüedad. Por ejemplo, san
Patricio de Irlanda era hijo de un diácono y nieto de un sacerdote.

El segundo tipo de oposición partió de los gnósticos, ya estudiados en el capítulo
anterior, y de otra herejía llamada montanismo. Tales versiones del cristianismo tenían
sus propios libros, como hemos visto, y la pregunta surge inmediatamente: ¿Qué lugar
ocupan? ¿Representan un conocimiento válido de Jesús?

La presión venía por ambos lados: Marción deseaba eliminar libros; los gnósticos exigían
la misma autoridad para los suyos. Obviamente, era necesaria una definición.

Lo primero, pongamos en claro un punto. La necesidad de la definición no surgió porque
las personas que estaban en el poder sintieran amenazada su posición. Durante ese
período, el cristianismo era una minoría religiosa, perseguida periódicamente por las
autoridades romanas, y cuyos seguidores arriesgaban mucho -incluidas sus vidas- para
ser fieles a la fe en Cristo. Permanecer fiel al Evangelio no era beneficioso. Si acaso, era
todo lo contrario.

No; la necesidad de la definición nació por la gravedad de las consecuencias de aceptar
tanto las ideas de Marción como la idea gnóstica de Cristo. Ambas, cada una por su lado,
ofrecían una explicación distinta que rebajaba la persona de Jesús y su enseñanza.
Ambas separaban tajantemente al cristianismo de sus raíces judías, y en especial el
gnosticismo despojaba a Jesús de su humanidad. Ningún relato gnóstico-cristiano
incluye la Pasión y Muerte de Jesús. Ambas presentaban una imagen de Jesús
profundamente ajena a los recuerdos que los primeros cristianos guardaban de Él,
recuerdos que están documentados en los cuatro Evangelios, en Pablo y en la vida de la
Iglesia que iba desarrollándose.

En respuesta a estos desafíos, los líderes cristianos empezaron a definir con mayor
claridad los libros apropiados para su uso en las Iglesias cristianas en la liturgia y en la
catequesis. Durante un par de siglos, esto se hizo a través de estudios en común y de
las definiciones de cada obispo. Los Evangelios y las cartas paulinas eran el núcleo
comúnmente aceptado. Algunos obispos, especialmente los de Occidente, pensaban que
la carta a los Hebreos no era aceptable, y algunos obispos orientales no estaban
segu-ros sobre el Apocalipsis o Libro de la Revelación.

Sin embargo, las dudas no versaban sobre el mérito espiritual de esos libros. Las dudas
estaban siempre relacionadas con la calidad implícita de este proceso desde el principio:
¿Qué libros encarnaban mejor quién era y es Jesús para toda la Iglesia? ¿Proceden esos
libros de la época de los apóstoles? ¿Coinciden los Evangelios lo que nos dicen de Jesús?
¿Son edificantes para el conjunto de la Iglesia o tienen un interés más local?

No; a lo mejor estáis pensando que discutían sobre: ¿No contendrán una historia secreta
sobre Jesús y María Magdalena que debemos ocultar al mundo?». No. Ese no parecía ser
el problema.

Con el tiempo, cuando el cristianismo estuvo más asentado, y desaparecida la amenaza
de la persecución, los líderes cristianos fueron capaces de reunirse y tomar decisiones
para una Iglesia más extensa. El Concilio de Laodicea, alrededor del 363 d.C., confirmó
la enseñanza y los usos seculares de la Iglesia por medio de una lista de libros canónicos
que incluían todos los que conocemos, excepto el Apocalipsis. En el 393, un concilio
reunido en Hipona, en el norte de África, estableció el Canon -incluyendo el Apocalipsis-,
tal y como lo conocemos hoy, y declaró que aquellos libros eran los libros que debían
leerse en los templos en voz alta y añadiendo, y es importante apuntarlo, que en el día
de la fiesta de los mártires, también debía leerse el relato del padecimiento y muerte del
mártir. Esto era varios años después del decreto de Constantino.

Resumiendo: repasemos el proceso una vez más: Los apóstoles y otros discípulos fueron
testigos de la predicación de Jesús, de su ministerio, de sus milagros, de sus
padecimientos, de su muerte y de su resurrección. Guardaron lo que habían visto y oído
y lo transmitieron. Desde su aparición, los primeros textos escritos fueron
cons-tantemente comparados con la antigua historia relatada por los primeros testigos.
Finalmente, frente a las nuevas enseñanzas surgidas en directa contradicción con los
an-tiguos testimonios, los líderes de la Iglesia declararon que, por estar ligados a los
apóstoles y coincidir con los antiguos testimonios, estos libros son los apropiados para el
uso en el culto y para transmitir la fe en Jesús.

No hay secreto, podemos añadir. No hay unos conocimientos ocultos que los obispos
hayan ido pasando de mano en mano por orden del emperador Constantino. El proceso
estaba ahí, a la vista, desde los testimonios originales hasta la gradual definición del
canon.

Y no fueron suprimidos miles de relatos sobre Jesús, ni tampoco ochenta evangelios. En
una novela, quizá, pero no en la realidad.

¿Y qué?

Puede parecer un punto de poca importancia, pero no lo es. Muchos lectores se han
sentido desconcertados por la versión de la historia que ofrece El Código Da Vinci.
Parece insinuar que la Biblia que hoy tenemos es el resultado del rechazo desleal hacia
los relatos válidos de Jesús por parte de los líderes de la Iglesia, que se veían
amenazados por ellos.

Como habéis visto, no fue así. Sí; las manos humanas desempeñaron un papel en el
establecimiento del Canon, pero sus decisiones no fueron motivadas por el deseo de
oprimir a las mujeres o de conservar el poder. Se vieron en la obligación -muy
seriamente asumida- de asegurarse de que la vida y el mensaje de Jesús fueran
absoluta y exactamente preservados para las futuras generaciones en un Canon
inspirado por el Espíritu Santo según la fe cristiana. Por supuesto, hubo libros que no se
incluyeron. Unos porque no eran de aplicación universal, o porque sus huellas no se
remontaban a los tiempos apostólicos. Otros fueron rechazados porque solamente eran
descripciones de Jesús -difícilmente reconocible como el mismo Jesús que encontramos
en los Evangelios y en Pablo- en intentos para situarlo en filosofías y movimientos
espirituales nuevos

CONTINUARA....



-- Edited by Sniper on Friday 11th of September 2009 01:34:58 PM

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Excelente el articulo sobre el codigo, a mi me encanto el Codigo Davince, es un libro que lo lei en 3 dias lo que es u record para mi jejeje que empiezo y me cuesta terminarlos por lo aragan que soy para leer pero me obligo porque la lectura es saber.

Bueno la cosas es que para mi el codigo no es ninguna revelacion sino mas bien una novela de ficcion siempre lo tome asi para empezar site gusta leer de historia te das cuenta que los documentos Dossier empezaron a leerse ahi por los años 50 antes de eso no hay ninguna referencia.

Otra cosa tambien es cuando teabing mensiona al evangelio de tomas donde dice que Maria magdalena se besan en al boca, yo lei el evangelio de tomas y por cierto dice que jesus le tenia mucho cariño a maria magdalena, y que la besaba pero hasta ahi, no dice que en la boca o en otra parte cualquier cosa se puede añadir a esto debido a que la porcion del versiculo se perdio o se daño del original y solo podemos asumir que decia.

Asimismo en el mismo evangelio dice que tomas le pregunta a Jesus quien es el y este se lo lleva y le dice a el a solas, cuando regresa los otros le pregunta por su respuesta y el les responde que si el se los dice ellos lo apedriarian por blasfemo pero esas mismas piedras por el poder de Dios le darian muerte a ellos, dejando claro que Jesus es Dios.

y asi son varias cosas que pueden rebatirse del supuesto secreto.

Hay gente pelada que se cree todo debemos de examinarlo no dejarnos ir y compararlo con otras versiones y lecturas.

Vos mensionaste a Irineo de Leon, en internet esta una de sus mas grandes obras llamada "contra las herejias", recomiendo que lo lean para que se den cuenta de las disintas corrientes que se vivian en ese entonces y de como es admirable que sobrevieira el cristianismo, y esto se convierte en una prueba clara de Dios que su iglesia sobrevivira.

Por cierto esta obra tiene al final un interesante opusculo acerca del anticristo que a los que nos interesa la Escatología, nos ayuda a entender muchas cosas sobre este enigmatico personaje.

bueno saludos

Como el mismo Jesus señor nuestro dijo:

Marcos 13:31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

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Elección divina 


Según El Código Da Vinci, el cristianismo que conocemos hoy no es obra de Jesús y sus
discípulos, sino del emperador Constantino, que reinó en el Imperio Romano en el siglo
IV.
¿Es cierto?

¿Es preciso deletreado? Por supuesto que no.

Ciertamente, el cristianismo moderno puede ser diverso, pero el núcleo de la fe cristiana
es la creencia en que Jesús, perfecto Dios y perfecto Hombre, es el Único a través del
cual Dios se reconcilió con el mundo -y con cada uno de nosotros-, y que la salvación (la
participación en la vida de Dios) se alcanza a través de la fe en Jesús, que no está
muerto, sino que vive.

Hablando a través de los personajes de su libro, Brown pretende hacemos creer que la
fe es una creación de un emperador romano del siglo IV. En su opinión (explicada por
Teabing), esto es lo que sucedió: 

Jesús fue venerado como un sabio maestro  humano. Los escritos que exaltaban su
humanidad fueron ampliamente difundidos. Recordemos, «miles de ellos». Cuando
Constantino llegó al poder, se sintió inquieto por los conflictos entre el cristianismo y el
paganismo que amenazaban con dividir su Imperio. Así que eligió el cristianismo, y
reunió en el Concilio de Nicea a cientos de obispos a los que obligó a afirmar que Jesús
era el Hijo de Dios, y eso fue todo.

Sinceramente, esto es muy extraño. Veámoslo poco a poco, y luego tratemos del tema
crucial de la divinidad de Jesús.

Constantino

Constantino (aproximadamente. del 272 al 337 d.C.) inició su reinado como emperador
romano en el 306 d.C. y asentó su poder en el 312 d.C. al vencer a un rival en la famosa
batalla de Puente Milvio, en la que se sintió fortalecido e inspirado por una visión que
consideró cristiana. 

No está claro lo que Constantino vio ni cuándo (si antes de esta batalla o después de
alguna otra). Algunas versiones dicen que se  trató de «chiro», las letras griegas «x» y
«r» combinadas, que son las dos primeras letras de Cristo «Xrstoç». Otros relatos dicen
que fue una cruz. 

Hasta ese momento, la práctica de la doctrina cristiana era esencialmente ilegal en el
Imperio Romano y de hecho, solo unos años antes (303 a 305 d.C.), los cristianos
habían sufrido una persecución especialmente  despiadada en todo el Imperio bajo el
reinado de Diocleciano.

(Sería oportuno detenemos aquí y preguntamos el motivo de que el Imperio Romano
encarcelara y torturara a los que permanecían fieles a un maestro sabio, si Jesús no era
más que eso. Y ¿por qué habían de ser una amenaza pa-ra el Imperio los seguidores de
aquel maestro sabio? En el Imperio abundaban los sistemas y las escuelas filosóficas. No
estaban perseguidas. ¿Por qué lo era el cristianismo?).


Por alguna razón -quizá una tenue luz de la verdadera fe, la presencia de cristianos en
su propia familia o alguna misteriosa estrategia política-, una de las primeras
actuaciones de Constantino fue la de publicar un edicto de tolerancia del cristianismo,
que daba fin a las persecuciones al menos por el momento.

Es cierto que durante su reinado, Constantino amplió no solo la tolerancia, sino sus
preferencias por el cristianismo. Los motivos no están claros. Deseaba unificar el
Imperio, seriamente agitado durante un siglo por las divisiones y los continuos
conflictos. Ciertamente, la religión representaba un instrumento en aquel proyecto, y,
quizá, él detectaba la fuerza del cristianismo y el declive del poder tradicional de la
religión romana. Quizá influyeron los pensadores cristianos que tenían acceso a él, y
posiblemente alguien de su  propia familia, pero parece que finalmente, Constantino
decidió hacer del cristianismo la única fuerza unitiva.

Todo ello resulta muy extraño para nosotros, acostumbrados como estamos a la
separación entre la Iglesia y el Estado, una situación que sencillamente, no existía en el
mundo antiguo ni en ninguna cultura. Cualquier Estado se sabía apoyado en cierto modo
por el favor divino, con la subsiguiente responsabilidad de apoyar, a su vez, a las
instituciones religiosas. Hasta Constantino, aquellas instituciones habían sido los templos
de los dioses romanos. Cuando Constantino cambió de opinión y apoyó a la cristiandad,
asumió, naturalmente, la misma actitud respecto a las instituciones cristianas,
financiando la construcción de templos e interviniendo en los asuntos de la Iglesia de un
modo hoy sorprendente para nosotros. 

Brown dice que Constantino hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio Romano.
No lo hizo. Proporcionó un fuerte apoyo imperial al cristianismo, pero el cristianismo no
llegó a ser la religión oficial del Imperio Romano hasta el reinado del Emperador
Teodosio, que gobernó desde el 379 d.C. hasta el 395 d.C.

El Concilio de Nicea 

Ciertamente, Constantino hizo convocar el Concilio de Nicea en el 325 d.C. en Asia
Menor, la zona que hoy conocemos como Turquía. En realidad, fue la segunda reunión
de obispos que convocó durante su reinado. Aunque no todos acudieron, y apenas
alguno de Occidente, el propósito del Concilio era el de adoptar decisiones que afectaran
a toda la Iglesia, por lo que se le llamó «Concilio Ecuménico».

Pero ¿por qué? ¿Por qué lo hizo Constantino? Pues bien, según Brown, lo hizo con objeto
de hacer más poderosa y más eficaz a la cristiandad según convenía a sus propósitos. 

Un Concilio Ecuménico es la reunión de los obispos de toda la Iglesia. Cada uno acude
desde las diócesis que ocupa. Los católicos reconocen veintiún concilios ecuménicos.
Empezando por el Concilio de Nicea y terminando con el Concilio Vaticano II (1962 a
-1965).

Un mero maestro mortal como Jesús no tenía valor para él, pero si era el Hijo de Dios
podría serle útil.

Realmente, hemos de detenernos y considerarlo. Trescientos obispos se reúnen en
Nicea, obispos que, según el relato de Brown, creen que Jesús fue un «profeta mortal».

Constantino les dice que declaren que Jesús es Dios.

Y ellos dicen: de acuerdo. Todos ellos.

De nuevo tenemos que decir: no, en absoluto. No porque lo digan las fuentes:
simplemente porque no fue así.

¿Por qué no es lógico? Quizá porque cuando examinas lo que hacían los obispos antes de
reunirse en Nicea no nos mostraban un Jesús como «profeta mortal» en las liturgias que
celebraban, ni en los tratados que escribían y usaban, ni en las Escrituras
(perfectamente establecidas por ellos) desde las que predicaban y enseñaban.

¡Jesús es el Señor!

¿Es cierto que, trescientos años antes de Nicea, lo que llamamos la cristiandad consistía
realmente en pasarse de mano en mano la sabiduría del profeta Jesús?

No. De hecho, el cristianismo nunca lo hizo.

Cuando examinamos los Evangelios y las cartas de Pablo, todo datado entre el 50 d.C. y
el 95 d.C., lo que encontramos es una muestra coherente de descripciones de Jesús
como un ser humano en el que Dios mora de un modo único.

Los Evangelios muestran con toda claridad  que los apóstoles no llegaron a conocer la
identidad de Jesús hasta después de la Resurrección. Estaban continuamente confusos,
equivocados y naturalmente, seguían siendo unos judíos fieles, capaces de pensar sobre
Jesús solamente dentro de un contexto accesible a ellos: como profeta (sí), maestro,
«hijo de Dios» y «Mesías». En el ambiente  judío, ninguno de estos términos implicaba
una naturaleza divina, sino, más bien, el sentimiento de que era un ser elegido por Dios.

Sin embargo, a la luz de la Resurrección, comprendieron lo que Jesús les había insinuado
durante su ministerio y que por fin afirmó explícitamente, como relata Juan en los
capítulos 14 a 17 que Él y el Padre son uno.

Si leéis el Nuevo Testamento, lo encontraréis expresado  de distintos modos: en los
Evangelios; en el recuerdo de la concepción única y virginal de Jesús por obra del
Espíritu Santo (ver Mateo 1-2; Lucas 1-2); en todos los relatos del bautismo de Jesús y
de la Transfiguración; en la actuación de Jesús perdonando los pecados, lo que provocó
el escándalo porque «solo Dios puede perdonar pecados)) (ver Lucas 7, 36-50; Marcos
2, 1-12); y en varios pasajes esparcidos a través de los sinópticos y de Juan, en los que
Jesús se identifica con el Padre de un modo que implica que, cuando nos encontramos
con Jesús, nos encontramos con Dios en su misericordia y en su amor (ver Mateo 10,40;
Juan 14, 8-14).

Si recorres los Hechos de los Apóstoles y las cartas de Pablo, que describen a la Iglesia
primitiva y reflejan la predicación apostólica, no podrás evitar llegar a la convicción, que
se encuentra en el núcleo de esa predicación, de que Jesús es el Señor -no solo un gran
maestro o un hombre sabio-. (Lee 1 Colosenses o 2 Filipenses, por ejemplo, datadas
ambas un par de décadas después de la Resurrección).

(Por cierto, el tema de esta sección no  es «demostrar-te» que  Jesús es una Persona
divina. Es hacerte ver que los primeros cristianos le daban culto como Dios, y que no
eran sus seguidores por considerarle un sabio y un maestro mortal. Descifrar lo que tú
crees sobre Jesús no depende de mí, ni  ¡por todos los santos! de Dan Brown.
¡Encuéntrate con Jesús, no a través de una novela, sino a través de los Evangelios!).

Se profundizó en aquel conocimiento de que Jesús comparte su naturaleza con Dios
alrededor de los siglos siguientes, como demuestra un rápido estudio de cualquier grupo
de escritos de ese período. Por poner un ejemplo, Taciano, un escritor cristiano que vivió
en el siglo II, escribe: «No actuamos como  locos, ¡oh griegos!, ni contamos historias
vanas, cuando anunciamos que Dios nació en forma de hombre» (Oratio ad Graecos, p.
21).

Como hemos visto, a lo largo de esos siglos, los maestros cristianos ya habían tenido
que aclarar la fe en Cristo frente a las herejías. Una de ellas, que ocasionó un problema
en el siglo II, fue el «docetismo», nombre que se deriva de una palabra griega que
significa «Me parece». Los docetistas afirmaban que Jesús era Dios, pero excluían toda
humanidad real. Creían que su forma humana y sus sufrimientos no fueron auténticos,
sino solamente una visión. La existencia del docetismo demuestra, de un modo
exagerado que la divinidad de Jesús estaba muy asentada antes del siglo IV.

No es este el lugar adecuado para explicar el significado y las implicaciones de las
naturalezas divina y humana de Jesús sino simplemente para señalar lo profundamente
equivocado que es el relato de Brown cuando se refiere a lo que pensaban los cristianos
respecto a Jesús.

Afirma Brown que Constantino fue el inventor de la noción de la divinidad de Jesús en el
siglo IV. Como demuestran los testimonios  del Nuevo Testamento y aclaran los tres
primeros siglos de doctrina y culto cristianos no fue así. Y si estamos realmente
interesados en lo que enseñaban y creían los primeros cristianos sería mucho mejor que
acudiéramos a una fuente original en lugar de a una novela popular.

¿Cuál es esa fuente? El Nuevo Testamento por supuesto, que cualquier persona
seriamente interesada en estos temas debería leer, estudiar y reflexionar.

Y no olvidéis esto. Cuando Brown cuestiona la persona de Jesucristo en El Código Da
Vinci jamás cita algún libro del Nuevo Testamento. Jamás.


CONTINUARA:
Arrio y el Concilio

__________________
La Ardilla se Mueve Cuando el Cazador Descanza.

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